Palabras clave: Nombre – Dios – Conocimiento – Hombre – Lectura
Introducción: Existe en el mundo un terrible silencio de Dios, parece ser que esto se debe a que este ser de divina adoración no tiene un nombre. Se manifiesta de infinitas maneras, pero aún así es inconcebible porque no tiene un lugar en el lenguaje. Dios es el Innombrable. Y es innombrable por necesidad, su valor está exactamente en ese silencio. A lo largo de la historia se ha buscado este nombre divino, y se han desarrollado varías teorías en busca del mismo. El presente trabajo no sueña con encontrar el nombre, ni con entender el porque de este silencio, intenta hacer un recorrido por diferentes concepciones y filosofías para, así empezar a esclarecer por qué Dios no puede tener un nombre propio.
Y, hecho de consonantes y vocales,Habrá un terrible Nombre, que la esenciaCifre de Dios y que la OmnipotenciaGuarde en letras y sílabas cabales.
Jorge Luís Borges
El Golem
El hombre y su mundo no son sino efectos del lenguaje y, más concretamente, efectos de escritura. Si todo lo creado no es más que efecto de una construcción lingüística, el objeto de estudio y análisis no podrá ser otro que el propio lenguaje: Dios, el universo y el hombre son todos lenguaje.
Esther Cohen
El laberinto
Habrá nombres destinados al silencio. La promesa de una palabra que pueda otorgar la perfección y la belleza; que pueda dar nombre al Ser, al Dios, al todo y a la nada, resulta impronunciable. Es imposible que exista en el lenguaje humano una palabra tan vasta, tan poderosa, tan hermosa, incluso tan mágica para designar todas las cualidades del Innombrable. Entonces, frente a esto, el hombre se encuentra cara a cara con el vacío, con la nada. Hay, sin duda, algo maravilloso e incomprensible y es por eso mismo que Dios tiene que carecer de nombre, debido a que no está en nuestro lenguaje esa cualidad divina.
Pensar, pues, en el Nombre de Dios, nos remite a un infinito de suposiciones. Que el Dios es tal o cual, que las letras se permutan de una u otra manera, que está cifrado en el árbol de las diez sefirot o en los veintidós caminos de la sabiduría; en la Torah, que la primera letra del nombre es aleph y que en ella están contenidas todas las letras, esta labor se la dejaremos a los cabalistas. Dejaremos a ellos la posibilidad de suponer donde laten las letras mágicas que una vez fueron musitadas. Ocupará al presente trabajo el intentar suponer porque se desconocen esas letras, porque es impronunciable, por qué Dios está sin nombre. Responder esta pregunta, es, sin duda, imposible, pero se pretende continuar con el camino de interrogantes que rodean el vacío del Nombre.
Dar nombre:
El hombre es ante todo un ser de lenguaje, su esencia está en la palabra que lo nombra, de ahí que desde el comienzo de la historia el nombre ha sido un objeto místico de profunda adoración, es ahí donde está la esencia del Padre, las palabras de Adán. En el nombre de cada cual está el atributo divino, en él está su destino y su pasado. Carecer de nombre, es como dice Esther Cohen, pertenecer a la muerte “[…] sin cualidades ni sombra, ni sueño, ni imaginación, ni alma. Carecer de nombre propio es mantenerse al margen de la vida, sustraerse a la alteridad del otro sin el cual el yo se desvanece en las sombras: el ser es relación y no sustancia.” (Cohen, 39)
Desde el comienzo de los tiempos, el nombre ha sido el principal actor en la creación. Es a partir de éste que se crea el mundo y por lo tanto al ser humano. Darnos nombre es darnos un papel en el mundo, es tener cabida en tiempo y el espacio, tener nombre no es sólo hacer parte de la historia, es tener esencia. Según la Torah la creación se da cuando Dios musita las primeras palabras y ahí mismo comienza el mundo y basta con el soplo divino de Dios sobre la boca del hombre para que así comience la vida. Pero un acto aún más importante y para el caso, mucho más bello, es ese momento en el que Dios le da al hombre las palabras para que con ellas nombre. “Entonces el Señor Dios modeló de arcilla todas las fieras salvajes y todos los pájaros del cielo, y se los presentó al hombre, para ver que nombre les ponía. Y cada ser vivo llevaría el nombre que el hombre le pusiera.” (Génesis, 2:19).
Según la definición del Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, la palabra nombre, viene del latín nomen. El término que tiene la capacidad de designar o identificar a los seres tanto animados como inanimados, también se utiliza para referirse a la fama, opinión, reputación o crédito de una persona. Con esta última definición uno puede atreverse a decir que tener nombre es darse significado, tener nombre es formar parte de algo.
El nombre propio es el instrumento primario con el que el hombre se mantiene vivo en la memoria y en la mente, es con el que comienza a conocerse y conoce a los demás. No es en vano que la primera referencia verbal que recibimos de los otros es el nombre. Es, pues, un trato, en el sentido en que el hombre necesita designarse y darse un valor, el recordar el nombre de otro, el mencionarlo es darle vida, es mantenerlo vigente. Necesitamos que los otros certifiquen nuestra existencia, lo hacen cada vez que el nombre es pronunciado.
La historia de la humanidad muestra esa necesidad fundamental del nombrar, en tiempos primitivos dar nombre era apropiarse del objeto, era convertir ese espacio desconocido en conocido, era una cierta manera de colonizar. Por eso, según lo que expone Cohen y Frazer el hombre primitivo no comprendería la sociedad moderna, esa cultura que deja que tantos objetos se le escapen por la carencia de nombres, el no nombrar es desconocer, es olvidar.
El nombre para las sociedades primitivas, es parte vital de lo que es cada cual, no es sólo la identidad individual, sino es un tesoro comunitario, es éste un objeto místico y sagrado, es el portador del alma. Entonces, tenemos esta palabra que sin ser mágica es absolutamente hermosa porque es cada hombre en un cúmulo de letras. En este caso, el lenguaje no es arbitrario ni accidental porque es una representación de cada ser humano. Que las letras, que una palabra contenga el alma anula toda teoría de arbitrariedad entre significado y significante, se convierten en una sola. Esta es la creencia mística del nombre. Nosotros somos signos y necesitamos de otros signos para existir, somos palabra hecha de palabras. Tenemos pues, el nombre como la guarida del alma, esto le da un valor sumamente místico y hará que el hombre tome conciencia de lo que significa y es a partir de esto que aprende a protegerlo, comienza a ocultarlo, porque al develarlo está develando su ser más profundo, está poniendo su alma al alcance de todos.
Nace en las primeras civilizaciones un sin número de tabúes para ocultar el alma, los egipcios tenían uno en particular al igual que los brahmanes de ese ocultar el nombre. Ambas culturas daban a los niños dos nombres, uno público y otro privado uno para uso común y otro que no se revelaba.
Cada egipcio recibía dos nombres conocidos respectivamente como el nombre verdadero y el nombre «onomástico», o el nombre grande y el pequeño; mientras el onomástico o pequeño era público, el verdadero o grande parece que se ocultaba cuidadosamente. Un niño brahmán recibe dos nombres: uno de uso común y el otro secreto que sólo sus padres conocen.
Frazer, James George
La rama dorada (291)
A partir de estos pensamientos del nombre, empieza a concebirse esa idea mítica que tanto rodeará a la Torah, esa idea de que el nombre es portador de la esencia mágica, que, como dice Borges «El nombre es arquetipo de la cosa», en el nombre está la cosa. Por tanto, empieza a relacionarse la teoría cabalística del nombre de Dios, con el mismo nombre de los hombres y sin que el develar nuestro nombre sea ese develar el gran secreto de Dios, sí se devela una gran parte de nosotros, pues es el alma la que entra a ser una posesión de los demás. Cuál puede ser una mayor entrega que permitirle al otro que manipule mi alma. Entre esas concepciones del nombre, nos encontramos también, con la presencia de la muerte. Ya, habiéndose mencionado que carecer de nombre es pertenecer a la muerte se entiende que el nombre nos protege de la muerte, de ese olvido absoluto.
Es pues, una de las cualidades más hermosas del lenguaje. Lo único que a mí me queda del otro es su nombre, es con esa palabra con la que yo me puedo apropiar de su imagen, y esa palabra por más de que sea común para los demás adquiere ahí sí, un sentido prácticamente mágico, pues cada vez que la recito vuelvo a crear a la persona. La palabra es eso que no sólo no permite perecer en el olvido sino que activa la memoria. El haber compartido el nombre es haber dejado en los otros una mínima parte de su esencia. Nos encontramos, pues, con otro punto fundamental: el hombre para existir necesita al otro, como el lenguaje, somos un constructo comunitario, es decir, que por más secreto que sea el nombre el valor se da en el otro. Más adelante afirmaremos que yo soy la ausencia del otro. En este caso yo soy las ideas que los otros tienen de mí. Yo me construyo en ese interactuar con los otros, el nombre es para que los otros me conozcan y me separen del resto de individuos. Mi nombre es el que no tienen los otros. Es un acuerdo que se va a dar, entre emisor y receptor, podemos decir que el emisor es el nombrado, éste debe, para no pertenecer a la muerte fijarse un lugar en la memoria, apropiarse de un lugar en los recuerdos de los otros. “La palabra y el nombre propio en particular, se consideran blancos inexorables de la muerte y, paradójicamente, son a su vez la coraza que los protege de ella.” (Cohen, 41) De igual manera, los hindúes no sólo no pronuncian el nombre del muerto sino que, como relata Frazer, se cambian el nombre cada vez que alguien muere, porque según sus creencias la muerte ha estado entre ellos y se ha llevado una lista de los vivos para volver por más víctimas, entonces para frustrarla se cambian de nombres para que al retornar por ellos su propósito sea frustrado al no poder identificar los nombres, entonces se marchará a buscar en otro lado. “La transformación lingüística sirve como medio eficaz para escabullirse de la muerte.” (Cohen, 42)
Lotman denominará esa etapa en la que el mundo se construye a medida que se va nombrando como Mitologismo infantil, porque es muy similar a cómo el niño empieza a interactuar en el mundo, es un estado natural del hombre. “El mundo se construye y se puebla nombrando, y el niño adquiere fuerza y poder sobre él en la medida en que es capaz de enfrentase, no a las cosas, sino a los nombres en donde habitan.” (Ibid.)
Desde esta perspectiva, el nombre es un «signo voluminoso», como diría Barthes, cargado de un espesor pleno de sentidos ambiguos y contradictorios, un signo vasto y espacioso que aleja tanto a la vida como a la muerte; en el se tocan con vértigo los dos extremos: el nombre es la frontera que divide el territorio del sentido del desierto del delirio; el nombre es, por así decirlo, la membrana más fina del lenguaje articulado.
Cohen, Esther
El silencio del nombre (39)
Hay tres etapas básicas desde un punto de vista muy global del nombre. La primera es la etapa mítica, en la que la relación entre objeto y nombre es natural, la palabra es la cosa, no hay metáfora en la concepción del ente. Ésta es la esencia del hombre en el Cratilo, Platón a través de Sócrates plasma esta idea. El nombre designa los principales atributos del sujeto. “¿En qué consiste la propiedad de los nombres que hasta aquí hemos examinado? En que nos representan qué es cada cosa. […] El nombre es perfectamente natural.” (Platón) La segunda etapa, lo que básicamente se refiere a la Edad Media, es todavía, herencia de Platón porque los nombres siguen teniendo una relación natural Nomina sunt consequentia rerum.[1] Es una concepción en que en el nombre está el contenido de la cosa. Y una tercera y última etapa, es la arbitrariedad del signo planteada en 1911 por Ferdinand de Saussure. Es decir que en el nombre no está contenido el objeto, por ende la relación entre significado y significante es arbitraria, no hay una esencia mágica en la palabra para designar a las cosas. Esto es un desprendimiento del pensamiento mítico.
Con esto último se entra en la pregunta de ¿dónde se da el significado? Pues no se da en el objeto, ni en la relación del objeto con el signo ni en el signo. ¿Es, pues, una relación entre paradigma y sintagma? O es como se planteo en el presente capítulo nuestro significado se da en los otros, que yo soy la ausencia del otro y por lo tanto somos un constructo cultural, dependemos de un todo para ser individuos. Para que el nombre tenga valor, necesitamos un grupo que lo signifique. Yo me identifico de los otros, no por lo que soy sino por lo que el otro no tiene, yo me doy en esos espacios nominales que permanecen en blanco.
י ה ו ה El nombre de Dios:
El Dios judío es una promesa del lenguaje. En alguna combinación de letras, se encuentra toda la sabiduría, se encuentran todos los nombres y todas las cosas, en algún grupo de caracteres, desconocido todavía, debe estar todo el conocimiento de Dios. Los hebreos creen en un posible nombre que al ser pronunciado cree el mundo, tienen fe que en esa palabra está la posibilidad de ser como dioses. Se sabe que la creación para los místicos de esta religión consiste en la palabra como elemento compositor, que cuando Dios, organizando las palabras creo las cosas y llenó de vida. En pocas palabras, fue con esa primera sílaba musitada que Dios dio el primer soplo de vida. “La tierra era un caos informe; sobre la faz del abismo, la tiniebla. Y el aliento de Dios se cernía sobre la faz de las aguas. Dijo Dios: – Que exista la luz. Y la luz existió.” (Génesis, 1:2-3)
Creen los rabinos y los cabalistas haber encontrado el nombre de Dios, pero no deben pronunciarlo, pues al errar en la pronunciación pueden crear el caos.
Y está prohibido para un hombre mencionar el nombre del Santo, bendito sea, en falso. Ya que si un hombre pronuncia el nombre del Santo, bendito sea, en falso, sería mejor para el no haber nacido.
Rabí Eleazar dijo: No se debe pronunciar el nombre sagrado sin una palabra que le anteceda, ya que el nombre sagrado se menciona en la Torah sólo después de dos palabras, como está escrito. Berershit barah Elohim (En el principio Dios creó) (Génesis 1:1).
Cohen, Ester, 72
Zohar, Libro del esplendor (comentario)
Es decir, que el nombre de Dios es la palabra que lo contiene todo, que con esa se puede crear, porque, como ya se ha dicho en ella, está toda la sabiduría divina. Y quién logre encontrarla y pronunciarla correctamente podría crear su Golem, un mundo. De esta idea nacen infinitos mitos. En el Génesis, Dios se muestra como un ser que indudablemente crea al mundo, pero que es simultáneo a esa creación, es decir, que Él se hace a medida que el mundo se hace. En la concepción cabalística, Dios se va escribiendo con la creación, Dios está cifrado en el mundo como en la Torah, Dios es todos los signos. Debe aclarase, que al principio la Torah era una sola palabra, es decir, que no había ningún tipo de división, por lo tanto, ese texto que es una sola palabra, aclara la concepción del nombre como la posibilidad de ser toda la Torah.
Toda la religión Judía gira en gran parte, en torno al lenguaje, a su lengua. El hebreo, es una de las primeras lenguas con escritura, es consonántica e ideológica. “La ausencia de vocales es en efecto, lo que permite un libre juego de significaciones. Esta esencia, fuente de ambigüedad, apunta paradójicamente a profundidad del Texto y a sus múltiples sentidos. Como dice Spinoza, «las vocales son el alma de las letras.»” (Cohen 1999, 70) Esto, que para algunos resulta primitivo es el infinito de posibilidades que le permite a Dios estar en ese juego donde lo buscan y se puede esconder en esos espacios en blanco, como afirman los hebreos. “[…], ninguna alteración gramatical, por mínima que ésta sea, ni siquiera una falla en la puntuación es arbitraria ni casual. Todo significa, incluidos los espacios en blanco, todo el texto es susceptible de convertirse en signo.”(Ibid, 67) Esos espacios donde los puntos que reemplazan a las vocales, en todos esos espacios, en el significado de cada letra puede estar el misterio que devela a Dios. Estas cualidades del hebreo son los veintidós caminos de la sabiduría que se mencionan cuando se describe el árbol de las diez sefirot. Cada una de las letras del alfabeto hebreo tiene un significado y un valor, esto permite los juegos de permutación que utilizan los cabalistas en sus estudios de las sagradas escrituras. El tetragrámaton es uno de los posibles nombres de Dios, es el más reconocido, el que más se aproxima a lo que podría ser, éste de todas maneras no puede ser pronunciado, no solamente por el miedo que produce sino porque no se sabe cómo. Las cuatro letras que lo componen son Iod, He, Vav, He. En nuestro abecedario lo conocemos cómo YHVH.
Respecto a los valores y significados de las letras, sí descompusiéramos el tetragrámaton esto es una breve aproximación al resultado. El tamaño de Iod (י) la caracteriza por ser la más pequeña e indivisible. Por lo tanto es la representación de Dios en estas cualidades. Significa lo infinito, ya que aquel se simboliza con un punto al no poder representar su magnitud. Su valor es muy representativo, el número diez que son las generaciones que hubo entre Adán y Noé, y de Noé a Abraham, el patriarca. Dicen que hay diez enunciados de Dios en el proceso de la creación del mundo; la Cábala enumera diez pasos para referirse a la existencia divina en el mundo; y como mínimo se necesitan diez personas para que un grupo se pueda llamar una congregación y realizar un rezo colectivo. Respecto a He (ה) dice el Talmud que Dios creó el mundo con dos letras que representan Su nombre, Iod y He. Con la primera el mundo venidero y con la segunda este mundo. La He en la creación representa lo que tiene medida y espacio, mientras que la Iod representa lo espiritual, lo divino e infinito. El valor numérico de la He es de cinco. Debe tenerse en cuenta que la letra He es la única que se repite en lo que se cree es el nombre de Dios. Vav (ו) representa lo completo o terminado. El mundo fue creado en seis días, todos los objetos completos y terminados constan de seis lados: arriba, abajo, derecha, izquierda, frente y atrás. Todos los párrafos de la Biblia escritos en pergaminos comienzan con Vav. La Torah escrita son cinco tomos, al sumarle la Vav se obtiene la Torah oral, seis tomos. Su valor es de seis.
La concepción cabalística:
La cábala, es pues, la ciencia mística que se dedica al estudio de los textos rabínicos como un territorio donde yace el centro deseado, el paraíso. Quienes se enfrentan a estos textos esperan encontrar entre las infinitas posibilidades una verdad, La Verdad. El problema es que el texto, no cesa de escribirse, es inacabado y las lecturas, también infinitas promueven interpretaciones que nunca llegan a su fin. Se dice, entonces, que el Texto, es el territorio donde habita el nombre. El cabalista va a entender al lenguaje como una estructura de la creación y del ordenamiento del cosmos.
Como ya se ha planteado, el cabalista se dedica a buscar en el texto el nombre de Dios, y lo busca en el texto no sólo porque según las creencias ahí fue donde Dios permutó su Nombre sino porque la única representación visual posible de la divinidad, como bien se sabe es prohibido adorar cualquier representación, así que la letra se convierte, como dice Cohen, en esa unidad portadora de sentido, que en últimas es la única huella del rostro divino que es posible adorar. Es a partir de todas estas lecturas que la letra comienza a significar en todos los sentidos, el cabalista la toma y la hace hablar desde todos los ángulos posibles.
Esta búsqueda por ese paraíso prometido no es sólo exégesis sino, es también creación por parte del lector. Buscar a Dios implica suponer, implica recrear, reconocer y emprender nuevos caminos que dirigen en sentidos nuevos y muchas veces contrarios. Es decir, manipular el lenguaje, es también un acto artístico y por ende de creación. El cabalista, incluso juega a ser un dios, obviamente nunca lo logra, sí lo lograra estaría en el paraíso. Como se viene diciendo, el intérprete se enfrenta a un espacio lleno de letras, este espacio es comparado con los palacios y los laberintos, pues para llegar al centro debe hacerse un extenso recorrido. “Las puertas cerradas de un palacio son, paradójicamente, los elementos dinámicos de la Escritura, aquellos que «hacen hacer» en la medida en que invitan a la acción: por un lado, desencadenan el relato y por otro abren todo un proceso de interpretación.” (Cohen 1999, 61)
El valor numérico de una palabra guardará siempre una relación estrecha con la cifra del Tetragrama Yaveh o nombre divino del que, sostienen los cabalistas, derivan todas las palabras que aparecen en la Torah. Así, por ejemplo םוקפ (makom), que significa «lugar» y הוהי (Yaveh), que es el nombre de Dios, comparten el mismo valor numérico: 186 (Yaveh = 10(2) + 5(2) + 6(2) + 5(2) = 186 = makom), estableciéndose de esta manera un primer nivel de significación simbólica. Lo mismo sucede con otro de los nombres divinos, יה Adonai, cuyo valor numérico es equivalente al de la palabra לכיה (ejal) que significa «palacio». La red de relaciones se extiende en varios sentidos, or y raz, «luz» y «misterio», se significan mutuamente en el 207; «silencio» טקש (shaket) y «Uno» אחד (ejad) comparten el número 13.
Cohen, Esther
El laberinto
Se habla de que los cabalistas encuentran en las letras un valor determinado y de ellas parten a varios análisis, esta técnica llamada gematrya encuentra las siguientes relaciones entre el nombre de Dios y otros conceptos. Entonces, Dios es, también, una ecuación y un valor numérico que lo acercan y alejan de otro gran cúmulo de conceptos. La relación de Dios, de ese nombre inacabado es aún más vasta, pues, ya no sólo es las letras de su nombre sino el valor de las mismas, Dios ya no está en un plano meramente lingüístico sino matemático, algebraico.
Una multiplicidad de yoes:
Concebirme, concebir el yo, sólo es posible mediante el otro, es éste el que me crea, me hace posible. Nosotros, existimos, gracias a la presencia del otro, es eso lo que nos completa y da sentido. El Innombrable de Beckett platea este problema en el siguiente aparte que también es citado por Cohen. “[…] es la falta de pronombres, no hay nombre para mí, no hay pronombre para mí, a ello se debe todo, es lo que se dice […] quien no puede ni hablar ni oír, que soy yo, quien no puede ser yo, del que no puedo hablar, del que debo hablar.” Con esto comenzamos a adentrarnos, de manera muy superficial, a lo que es el pronombre yo. No hay mayor vacío que el vacío nominal del hombre, entender que cada cual no tiene un pronombre propio, pues, decir yo, es supuestamente el único pronombre propio, el que me pertenece, es el único con el que me puedo nombrar; pero, igualmente, yo es propio para todos. Entonces, yo lo único que me nombra, nombra a todos, decir yo, es hablar de la humanidad entera. Ante este abismo nominal el hombre sólo se puede encontrar en esos espacios vacíos, en esos lugares donde no habita el otro, es así como nos atrevemos a afirmar que yo soy la ausencia del otro. Entonces el otro es indispensable para mi identidad, para mi posibilidad de existir.
Derrida dice: “Una identidad nunca es dada, recibida o alcanzada; no, sólo se sufre el proceso interminable, infinitamente fantástico de la identificación.” La búsqueda de la identidad, de la esencia es infinita, no hay duda de eso, pues el hombre como el lenguaje, puede ser visto desde una cantidad indeterminada de ángulos, tiene más de mil posibilidades de ser leído. Es decir, que el hombre está para ser interpretado, necesita del otro para que lo interprete. Esta relación entre el intérprete y el interpretado, se basa sobre todo en el desarraigo, del extrañamiento. De aquel, que como plantea Levinas es aquel que estando “en casa” se encuentra siempre lejos de ella. “La relación con el otro me pone en cuestión, me vacía de mí mismo y no deja de vaciarme, descubriéndome en tal modo con recursos siempre nuevos.”(Levinas.) De tal manera, es indiscutible la necesidad que hay en esa interacción con el otro, se necesitan mutuamente para tener sentido en el mundo, es con el otro que el nombre adquiere un valor.
Con el presente planteamiento que la única alternativa para pensarme es a través del otro. El vínculo que cualquier individuo tiene con el mundo se da en el diálogo con lo otro, es eso otro, que como plantea Derrida, incluso puede ser un libro, lo que me da un lugar en el planeta, en la mente y la memoria.
Respecto a la muerte, el otro también juega un papel fundamental. Es la impresión que queda en el otro, es la memoria que el otro tiene del muerto, la que permite que éste no perezca en el olvido. El vacío que queda en el que lo sobrevive indica lo que era ese otro que ha fallecido. “El nombre […] he ahí el único objeto y posibilidad de la memoria […]” (Derrida) Pero esa memoria sólo es posible mediante el pensamiento y la presencia del otro. Es así como se afirma que no hay yo sin el otro. Ese juego de memoria y de palabras, necesita, como lo afirma toda teoría lingüística de un receptor y un emisor. Tiene que haber alguien que deje espacios en blanco para que otro los rellene y aún más importante alguien que los note, que los identifique para así identificar las presencias alternas. Esto mismo afirma que el hombre, es una entidad que se hace como todo, cuando está interactuando con lo que es ajeno a sí. Pero esto no es del todo ajeno, porque es lo único que lo constituye como él.
Uno de los laberintos míticos: Dios queda sin nombre
Hemos recorrido, hasta el momento por un contexto teórico que ayuda a esclarecer el universo caótico en el que nos empezamos a adentrar. Caótico, porque hablamos de ese orden desordenado, de un infinito de suposiciones que promete entregar la Gran Verdad, pero cada vez que el lector se aproxima a estás respuestas un nuevo cúmulo de preguntas e interrogantes surgen dejando a este exegeta más lejos que cuando comenzó su primera lectura. Entonces, la pregunta, ¿Por qué Dios está sin nombre? ¿Por qué no puede ser nombrado? Parece fácil de responder, pero hablamos del ser, que según el mito –y nos referimos a mito en el sentido en que este es una verdad que busca explicar al hombre, por una vía que no es científica– es el Ser que lo ha creado Todo, es el Dios que es ante todas las cosas signo, palabra, lenguaje. Entonces, cómo no va a tener nombre y sí tiene nombre por qué no darlo a conocer, por qué no develarse ante los piadosos, por qué refugiarse en el vacío, en el silencio y arriesgarse a perecer en el olvido.
El universo nominal promete que todo tenga nombre, igualmente permite que todo lo nombrado mute, que todo nombre cambie, por lo tanto, nada es, en realidad, estable, todos estamos cambiando, todas las cosas se actualizan, se acoplan al instante y nadie ni nada termina el día como lo comenzó. Tratar de nombrar a Dios, que es el todo, tratar de dar nombre a un ser que lo abarca Todo; tratar de nombrar al todo, no resulta posible, pues, cómo nombrar algo que no puede mantenerse estático ni un solo segundo, cómo nombrar con una palabra todas las cosas, todos los opuestos, todos los sinónimos. No es sólo que no se puede nombrar, sino que el nombrarlo todo con un único signo limitaría al mundo a una sola palabra, una sola expresión. Según lo que parece, Dios se ha fragmentado en los infinitos estados del lenguaje, en todos los nombres, en todas las cosas, resulta imposible, unirlo, rearmarlo como si fuese un rompecabezas. Ese multiplicarse de Dios, ese hacerse todas las lenguas se asemeja a la caída de la Torre de Babel, en el sentido en que todos se caen y se confunden en el mundo dispersándose en las diferentes lenguas. Dios se confunde con todo en el mundo, su nombre está entre los otros nombres hizo parte de los otros. Hay que partir de la base, Dios en un comienzo debía estar unido como un todo, pero en ese escribir simultáneo de su creación, en ese permutarse en el mundo queda la única manera de quedar como un todo fragmentado
Dios es el texto, es el que es, pero también es el otro. Según la fe Dios está en cada un de nosotros, está quizá en el vacío de nosotros, en lo que no somos. Nosotros somos la ausencia de Dios, y él es todo lo que no somos y lo que somos. En este punto, entramos en un caos, pues Dios se ha cifrado en nosotros para ser parte de nosotros, pero su presencia en nosotros, su posibilidad de existir sólo es mediante nuestra ausencia. Es decir nuestros vacíos son los que hacen a Dios un dios, lo hacen El Dios. Y es lógico porque sus atributos no los podemos tener nosotros, y nosotros somos parte de Dios en la medida en que el necesita de nosotros para existir, necesita que lo necesitemos, así Él tiene sentido.
El encontrar a Dios, es también un acto creativo, está claro que la lectura es también un acto de creación, así que cuando el cabalista o el interprete comienzan a jugar con las letras están creando nuevos mundos, nuevas palabras, están reconstruyendo universos, están creando nuevas maneras de leer. Debe tenerse en cuenta que el lenguaje, según nuestra comprensión es arbitrario, así que no hay relación entre el nombre y la cosa que designa, por lo tanto, es posible dar miles de nombres a Dios sin manipular la palabra donde se contiene la verdadera esencia de Dios, además por la multiplicidad de lenguas ese nombre dependiendo del contexto cambiaría de sentido, cambiaría de acento, por lo tanto el nombre no sería único ni total. Leibniz dijo de Dios: espíritu tan volátil, tan fluido, como el origen de todas las cosas no puede ser nombrado.
Los kowre –mencionados en el ensayo Cuentos del vacío o alegoría de la nada– creen que el nombre de su Dios: Ahná, nombre que en realidad sólo puede significar vacío o ausencia. Relacionando esto con el Dios que nos ocupa, pensar que su nombre, su verdadero nombre es un sinónimo de vacío o ausencia, por eso la manera en que se manifiesta es de acuerdo con lo que su esencia significa.
De acuerdo con los principios de la creación Dios es anterior al todo, es anterior a la palabra, a la luz, al mundo, pero al mismo tiempo es simultáneo porque Él se da a medida que el mundo va tomando forma, el se da con la luz. Pero si es anterior al todo, a la palabra nos remitimos a pensar que es, también, vacío, que es la nada. Dios, anterior a todo es algo incomprensible para nosotros, como existir en la nada, cómo ser la nada. Entonces, tenemos a un ser que puede ser todo y nada, que puede ser nada y la fuente de vida, por lo tanto, el lenguaje que tenemos nosotros no concibe y por tanto no puede nombrar algo que no comprende. De igual manera, pensemos en nuestro lenguaje que siempre necesita un referente visual para poder nombrar, necesita la idea de árbol para que la palabra tenga sentido, entonces, tratar de dar nombre a un ser del que no tenemos ningún referente nos deja en un inmenso espacio de pregunta, pues incluso si se supiera el nombre, éste no se entendería porque no lo relacionamos con ninguna idea, con ningún objeto.
Si es cierto que quien se dedica a estudiar y a buscar el posible nombre de Dios, debe descomponer esta palabra y volver a escribirla, se puede pensar que la esencia de este posible nombre está en la destrucción de la misma y en el proceso creativo, para repetir como hizo Dios su nombre y dar vida al hombre. “Admitámoslo innombrable como es, el vacío originario sin embargo es dicho” (Muntaner) Es decir, Dios esa figura divina no tiene que ser ni nombrada ni representada, simplemente está presente, cifrado en todas las cosas. Estudiando esta idea, debe pensarse cuál es la finalidad de Dios. Su finalidad es mantenerse oculto o develarse ante una palabra posible para el golem, porque si Su Nombre alude al vacío, a lo invisible, a lo incomprensible la esencia misma de la palabra es la de no entregarse a la boca del hombre, si es cierto que el nombre de Dios apunta a lo imposible, la palabra misma es imposibilidad y su esencia, en ese caso, no le permite ser posible. Dicha palabra tratará, como el nombre de Ahná, de existir como imposibilidad.
Muntaner plantea que hay un desajuste ontológico entre Dios y el hombre, es decir, que como plantea el autor, cuando Dios habla no hay quien lo escuche y cuando, por fin, hay quien lo escuche, Dios, ya no tiene nada que decir. Partiendo de esta idea es posible que el hombre por razones que no podemos comprender del todo, no pueda verse con Dios, no pueda escucharlo ni entenderlo. Que como el golem el hombre no puede comprender a su creador y por tanto, dicho desajuste. No hay manera para que la creación de Dios, pueda entenderlo, sus palabras pueden ser demasiado divinas, demasiado perfectas para lo que nos es posible comprender.
Platón en el Fedro dice que la escritura es una manera de renovar, no es volver, sino ir a otra cosa, siempre hacia otra. Por tanto, si el nombre de este Dios es ante todas las cosas un nombre que necesita de la escritura, ese nombre como el mismo Dios, esta renovándose, haciéndose y por más que lograra encontrarse ese nombre, esa palabra, en el momento de pronunciarla ya habrá cambiado y no será el nombre de Dios. Dios se nos escapa de los ojos y de las bocas como la arena y el agua de las manos. No hay manera de contenerlo en un solo cúmulo determinado de letras.
Remitiéndonos al mito, se sabe que el hombre en algún momento pudo ser como Dios, que en el paraíso tanto Adán como Eva lograron comer del árbol de la sabiduría y ser como su creador, pues en un instante de las historia el hombre pudo manipular al mundo como su creador, pues, tenía el lenguaje y la sabiduría, lo tendía todo, así que quizá ese castigo impuesto por Dios, en esa confusión de lenguas sea, que así Él esté frente a nosotros no lo podamos reconocer, que una parte mínima del lenguaje nos haya sido vedada y por tanto no entendamos el referente que significa a Dios. Quizá el no ser inmortales no nos permite ver y comprender lo inmortal, lo absolutamente supremo.
Volviendo al pronombre yo, donde el hombre se encuentra frente a uno de los más grandes vacíos de su existencia, pensemos, pues, en el problema que es decir yo, que ahí está contenida toda la humanidad, todos los hombres están contenidas en esa sílaba, yo es la entera humanidad. Entonces, Dios que es puro lenguaje, es también todas las cosas, por lo tanto con cada sílaba, cada letra pronunciada Dios es llamado, el nombre de Dios parece ser utilizado en vano en el diario vivir. Por eso debe mantener su nombre total oculto, debe defenderse del desgate que produce utilizar una palabra sin comprenderla, Dios no se puede arriesgar a ser parte del léxico común, no puede ser degradado a nuestra habla.
Volviendo a Platón en el Cratilo dice: “quien conoce los nombres, conoce también las cosas” y como ya se ha dicho Dios no puede mostrarse, sobre todo porque el hombre no lo podría ver, su imagen no puede ser comprendida por la mente humana, entonces, el conocer la palabra nos develaría la imagen divina y con eso se perdería la esencia divina. Con esta idea nos enfrentamos a otro de los grandes problemas –y todo está relacionado– así, pues, si la esencia de Dios es la de ser innombrable, su nombre remite al vacío a la nada, el pronunciar esa divina palabra, haría que el Dios se desocultara y por ende perdiera su esencia, en ese sentido pierde divinidad. El nombre perdería todo su místico valor. La verdad buscada por el hombre sólo ocurre en el momento en que algo se revela, así que, Dios debe resguardarse, esconderse para protegerla, No se puede volver a arriesgar a tener al hombre como un igual.
Palabras finales: con las letras y sin el nombre
El presente trabajo intentó en una muy breve investigación comprender porque Dios no puede ser nombrado. Este es un universo, como se planteo, absolutamente caótico, es un desorden que oculta las verdades, es un espacio laberíntico en el que la divinidad y quizá el hombre mismo se dedica a proteger lo que desconoce, el hombre ha entendido –pero no del todo– que hay cosas que no le pertenecen, entonces, incluso en esas lecturas exhaustivas de la cábala yace la fe de que el nombre sea impronunciable, indecible.
Umberto Eco, en su novela El péndulo de Foucault habla de esa verdad que poseemos los hombres, de esa posibilidad que tenemos para interpretarla y manipularla como creamos y como deseemos, entonces, relacionando esto con el Nombre podemos pensar que en el universo en que podemos existir nos permite interpretar a ese Dios como sea necesario.
También el péndulo es un falso profeta. Usted lo mira, cree que es el único punto quieto del cosmos, pero si lo quita de la bóveda del Conservatoire y lo cuelga en un burdel funciona igual. [...] El péndulo de Foucault está quieto y la tierra gira a sus pies dondequiera que esté instalado. Todo punto del universo es un punto quieto, basta con colgarle el péndulo. [...] Por eso el péndulo me perturba. Me promete el infinito, pero me deja a mí la responsabilidad de decidir dónde quiero tenerlo.
Eco, Umberto
(El péndulo de Foucault, 310)
Ahí en esas palabras de Casaubon entendemos perfectamente como Dios siendo vacío o un objeto que aún no comprendemos nos deja a nosotros la responsabilidad de dónde y cómo queremos comprenderlo. Está en el hombre decidir cómo quiere enfrentarse a la lectura del nombre.
Para la Cábala el mundo es un fenómeno lingüistico, y es sólo a través de la lengua que se conoce y se entiende. El misterio de Dios permanece oculto y es resguardado por la lengua, porque es ella la única que lo puede dar a conocer. Es así como el Nombre de Dios y el lenguaje se remontan en un juego en el cual la lengua es la encargada de revelar a Dios, de darlo a conocer pero a la vez lo aleja invitando al cabalista a callar eternamente.
Pensemos también en la arbitrariedad del lenguaje, este no permite que Dios pueda tener un nombre, porque Dios es un todo, y no hay palabra posible que pueda ser universal y la palabra no puede contener la esencia de la cosa, a no ser que lograse encontrarse una lengua universal. Pero aún así el nombrar al mundo, lo universal con una sola palabra y hacer de esta una palabra asequible al hombre limitaría a la humanidad, al arte, la polifonía quedaría relegada al olvido.
Finalmente, Dios no puede ser pronunciado porque entraría a formar parte del lenguaje humano, se convertiría en un signo más del sistema de sustitución que es nuestra lengua, y Dios no puede ser reemplazado por nada porque Él es, él no sustituye nada. Es decir, toda lengua es metafórica y metonímica pues todo signo está en lugar de; por eso Dios no puede ser signo, no puede estar en lugar de, no puede ser metáfora. Dios es. Él nombra mas no es nombrado.
[1] Nombre consecuencia de las cosas.
lunes, 26 de noviembre de 2007
domingo, 25 de noviembre de 2007
lunes, 24 de septiembre de 2007
Plan de desarrollo del Marco Teórico
El marco teórico constará de dos partes: el marco contextualizador y el marco teórico. El fin de estos dos es el de instruir al lector para que la lectura del análisis sea no sólo agradable sino comprensible. Entonces, se expondrán los términos que se utilizarán a lo largo del trabajo, se hará una introducción histórica de algunos de los temas y se realizará una breve revisión de las teorías a tratar.
El marco contextualizador se encargará de explicar ¿qué es el nombre? ¿Cuáles son las funciones que cumple? y cómo se ha concebido en diferentes culturas y tiempos. También se tratará, de la misma manera la concepción y los nombres de Dios. Finalmente examinará el concepto del pronombre yo y los problemas que éste trae consigo.
El marco teórico, por su parte, tratará de las teorías que se relacionan con los conceptos que se han tratado previamente en el marco contextualizador. Revisará a los más importantes teóricos, como Derrida y Cohen. El marco teórico será el paso fundamental para poder entrar en el análisis, éste es el encargado de abrir las puertas al problema del nombre y el nombrar a Dios.
El marco contextualizador se encargará de explicar ¿qué es el nombre? ¿Cuáles son las funciones que cumple? y cómo se ha concebido en diferentes culturas y tiempos. También se tratará, de la misma manera la concepción y los nombres de Dios. Finalmente examinará el concepto del pronombre yo y los problemas que éste trae consigo.
El marco teórico, por su parte, tratará de las teorías que se relacionan con los conceptos que se han tratado previamente en el marco contextualizador. Revisará a los más importantes teóricos, como Derrida y Cohen. El marco teórico será el paso fundamental para poder entrar en el análisis, éste es el encargado de abrir las puertas al problema del nombre y el nombrar a Dios.
Índice
Marco contextualizador
1.1 El Nombre: ¿qué es?, funciones
1.2 Dios y los dioses (Histórico)
1.3 Pronombre Yo
1.4 Los nombres y el acontecer bíblico
Marco teórico
2.1 Concepción y nombres de Dios
2.2 Jaques Derrida y el nombre
2.3 Esther Cohen y el Dios que no se nombra
2.4 El signo de Dios
2.5 El hombre en busca de nombre
Análisis
3.1 Dioses y la literatura
3.2 Nombrarnos a través de la literatura
3.3 Yo: los cuatro
Conclusiones
Bibliografía
1.1 El Nombre: ¿qué es?, funciones
1.2 Dios y los dioses (Histórico)
1.3 Pronombre Yo
1.4 Los nombres y el acontecer bíblico
Marco teórico
2.1 Concepción y nombres de Dios
2.2 Jaques Derrida y el nombre
2.3 Esther Cohen y el Dios que no se nombra
2.4 El signo de Dios
2.5 El hombre en busca de nombre
Análisis
3.1 Dioses y la literatura
3.2 Nombrarnos a través de la literatura
3.3 Yo: los cuatro
Conclusiones
Bibliografía
viernes, 14 de septiembre de 2007
Bibliografía
- Cohen, Esther. El silencio del nombre. Barcelona: Anthropos Editorial, 1999.
- Schökel, Luis Alonso. La Biblia del peregrino. Bilbao: Ediciones Mensajero, 1998
- Scholem, Gershom, Cohen, Esther (et.all.). Cábala y Deconstrucción. Barcelona: Azul Editorial, 1999.
- Eco, Umberto. El péndulo de Foucault. Barcelona: Plaza & Janés Editores S.A., 2002.
- Popol Vuh. Colombia: Fondo de Cultura Económica de México, 1997.
- Sarh Asmă’ Allăh Al-Husnà (Comentario sobre los nombres más bellos de Dios). Madrid: Purificación de la Torre, .
- Derrida, Jacques. Memorias para Paul de Man. Barcelona: Gedisa, 1989.
- Derrida, Jaques. Las muertes de Roland Bathes. México: Taurus, 1998.
- Derrida, Jaques. La escritura y la diferencia. Barcelona: Antropos, 1989.
- Derrida, Jaques. Dar la muerte. Barcelona: Paidós, 2000.
- Levinas, Emmanuel. Dios, la muerte y el tiempo. Madrid: Cátedra, 1994.
- Cohen, Esther. Zohar libro del esplendor. México D.F.: Consejo Nacional pala la cultura y las artes, 1994.
- Paz, Octavio. La imagen, La revelación poética en El arco y la Lira. México D.F.: Fondo de Cultura económica: 2005.
martes, 11 de septiembre de 2007
Objetivos
Objetivo general: Entender el por qué no es posible nombrar a Dios, partiendo de la concepción judaica de Dios, del estructuralismo y otras teorías sobre el nombre y el nombrar.
Objetivos específicos:
- Hacer un repaso en la teoría de los nombres, del lenguaje y teorías sobre el Nombre de Dios en la concepción judaica.
- A partir de los conocimientos adquiridos con el repaso teórico, analizar la concepción del nombre de Dios.
- Entender por qué no se puede nombrar a Dios, desde el punto de vista mítico y lingüístico.
Primeros pasos
Tema: El hombre tiene un terrible afán por darse nombre, por conseguir en el tiempo y en el límitado espacio un lugar que le pertenezca o al que él pueda pertenecer. Dios, el primer y último ser, permanece sin nombre porque es de esa manera que pertenece a todos los momentos, a todos los tiempos, a todos los lugares. Nos ocuparemos de las teorías del nombre, del Nombre de Dios y del afán del hombre por pertenecer al lenguaje.
Problema: A diferencia de Dios, el lenguaje cambia, caduca y, en muchos casos desafortunados, muere. Dios no puede ser finito y nada en el mundo puede limitarlo, porque al limitarlo deja de ser. Derrida dice, que el nombre es ya portador de la muerte de su portador, nombrar a Dios, por lo tanto, es destinarlo a la muerte.
Pregunta: Cómo entender la concepción de un nombre propio para Dios, cuando el lenguaje entero es un sistema de sustitución, arbitrario, está en constante cambio por lo tanto es temporal todo lo que nombra.
Problema: A diferencia de Dios, el lenguaje cambia, caduca y, en muchos casos desafortunados, muere. Dios no puede ser finito y nada en el mundo puede limitarlo, porque al limitarlo deja de ser. Derrida dice, que el nombre es ya portador de la muerte de su portador, nombrar a Dios, por lo tanto, es destinarlo a la muerte.
Pregunta: Cómo entender la concepción de un nombre propio para Dios, cuando el lenguaje entero es un sistema de sustitución, arbitrario, está en constante cambio por lo tanto es temporal todo lo que nombra.
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